“La Iglesia no es una aduana”

CIUDAD DEL VATICANO, 22 MAY – “La Iglesia no es una aduana, y quien de cualquier modo participa en la misión de la Iglesia está llamado a no agregar pesos inútiles a las vidas ya trabajosas de las personas, a no imponer caminos de formación sofisticados y afanosos para gozar de lo que el Señor ya da con facilidad”, dijo el papa Francisco en su Mensaje a las Pontificias Obras Misioneras.

En su mensaje Francisco observó que incluso durante la pandemia “se advierte por doquier el deseo de encontrarse y permanecer cerca de todo lo que es simplemente Iglesia”.

Sobre todo recordó que el impulso misionero, movido por el Espíritu Santo, manifiesta predilección por los pobres y los pequeños. “Las personas involucradas directamente en iniciativas y estructuras misioneras de la Iglesia nunca deberían justificar su desatanción hacia los pobres con la excusa -muy usada en algunos ambientes eclesiásticos- de tener que concentrar sus energías en temas prioritarios para la misión”.

También reitero que es “el Espíritu Santo el que enciende y custodia la fe en los corazones, y reconocer este hecho cambia todo”.

En la sección llamada “La alegría del Evangelio” de su amplio mensaje Francisco retomó algunos puntos de su exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, observando que la acción misionera funciona por “atracción”, que se caracteriza por su “gratitud y gratuidad”, por la “humildad” y que es preciso “facilitar, no complicar”.

Sin embargo, entre las “insidias por evitar” aparecen a veces en la Iglesia la “autorreferencialidad”, el “deseo de mando” y el “elitismo”.

Para el pontífice, “organizaciones y entidades eclesiásticas, más allá de las buenas intenciones particulares, terminan a veces por replegarse sobre sí mismas, dedicando energía y atención sobre todo a su autopromoción y la celebración en clave publicitaria de sus propias iniciativas”.

Además “entre quienes forman parte de organismos y realidades organizadas de la Iglesia se afirma muchas veces un sentimiento elitista, la idea no dicha de pertenecer a una aristocracia. Una clase superior de especialistas que busca extender sus espacios en complicidad o competencia con otras éites eclesiásticas, y adiestra a sus miembros según los sistemas y lógicas mundanas de la militancia, o de la competencia técnico-profesional, siempre con la intención primaria de promover sus prerrogativas oligárquicas”.

Esto lleva a un “aislamiento del pueblo” y a veces se acompaña de “un sentimiento de superioridad e intolerancia hacia la multitud de bautizados, hacia el pueblo de Dios”.

Francisco también instó a evitar insidias como la “abstracción” y el “funcionalismo”, recordando que el eje esencial de las misiones está vinculado a las prácticas de la plegaria y la reunión de recursos para la misión”.

“Busquen nuevos caminos, nuevas formas para su servicio -aconsejó- pero al hacerlo no hay que complicar lo que es simple”.

En cuanto a la recolección de recursos para ayudar a la misión, advirtió una vez más sobre el “riesgo de transformar las obras misioneros en una ONG volcada a identificar y destinar fondos”.

Y sobre el uso de las donaciones recibidas, advirtió que debe hacerse siempre con el apropiado “sensus Ecclesiae” en apoyo de las estructuras y proyectos que realizan de diversos modos la misión apostólica y el anuncio del Evangelio en las diversas partes del mundo.

“Hay que tener siempre en cuenta -concluyó- las reales necesidades primarias de la comunidad, y entretanto evitar formas de asistencialismo, que en lugar de ofrecer instrumentos al fervor misionero terminan por entibiar los corazones y alimentar también en la Iglesia fenómenos de clientelismo parasitario”. (ANSA).