MAREA NEGRA: se espera la sentencia para los siete detenidos por el “narcosubmarino” secuestrado en España con 3 mil kilos de cocaína

La tradición de los narcosubmarinos arrancó en Colombia en los años 90, de la mano de exmilitares e ingenieros de la antigua URSS. El precursor fue Pablo Escobar, quien nunca ocultó que en su flota marina había dos de esos submarinos.

Dos grúas reflotan a finales de 2019 el ‘narcosubmarino’ hundido en Cangas (Pontevedra).

MADRID, ESPAÑA, 23 ENE 2022.- La operación con la que se intentó introducir en España 3.000 kilos de cocaína a bordo de un submarino en noviembre de 2019 llegó a juicio en diciembre y ahora se espera la sentencia para los tres tripulantes del submarino y para cuatro estibadores.

Cada uno de ellos puede ser condenado a pasar en prisión entre 12 y 13 años de cárcel. Ninguno de ellos ha querido colaborar con la justicia por miedo a que la organización de narcotraficantes que envió la droga y aquella a la que iba destinada pudieran tomar represalias contra ellos o sus familias. Pero admitieron que habían aceptado el viaje por necesidad de dinero.

Aunque los carteles sudamericanos llevaban más de una década empleando este método de transporte para abastecer el mercado en Norteamérica, la entrada de este alijo constató una nueva amenaza para las agencias antidroga europeas. La llegada de la droga a Galicia pudo ser interceptada en la última fase de la operación por el grupo ECO Galicia de la Guardia Civil, un sorpresivo operativo policial en el que colaboraron agentes de la UDYCO y GRECO de la Policía y Servicio de Vigilancia Aduanera.

La investigación, concluida en tiempo récord no ha conseguido alcanzar la cúpula de la red, ni proveedores ni receptores.

El chat de los implicados en el caso del narcosubmarino desvela detalles de la frustrada descarga de la droga, lo que iban a cobrar los portadores y un plan oculto para “pillar” cinco fardos.

Según el escrito de acusación, el semisumergible cruzó el Atlántico con el cargamento procedente de Brasil y aunque no detalla los pormenores de la travesía, alude a un informe elaborado por agentes del Servicio Marítimo de la Guardia Civil sobre las características del insólito navío, de construcción artesanal, que hoy se exhibe como un trofeo en el Museo de Formación del Cuerpo Nacional de Policía en Ávila.

Se trata, dicen, de un artefacto autopropulsado que no dispone de la capacidad para sumergirse, diseñado para navegar dificultando su eventual detección, ya que en su navegación la mayor parte del casco va sumergida, sobresaliendo apenas unos 25 centímetros sobre la superficie del mar, siendo más visible la torreta situada en la cabina de mando por encima de la cubierta.

La reconstrucción de las horas previas a la llegada del narcosubmarino, tras casi un mes de agónica travesía, centró el juicio contra los 7 implicados en el transporte y recepción de la droga en tierra. Un plan para desembarcar la cocaína con planeadoras que desbarató la borrasca Cecilia (región de la atmósfera donde la presión es mucho más baja que en las áreas circundantes; produce fuertes vientos y abundantes precipitaciones) después de que hicieran varios intentos de aproximación al batiscafo desde que este navegaba frente a las costas portuguesas.

Tres hombres corpulentos encerrados en un espacio minúsculo de tan solo un metro y medio cuadrado. Metidos allí durante 27 largos días. Navegando bajo el agua, respirando humedad y frío todo el tiempo. Sin apenas espacio para moverse. Turnándose para dormir sobre unos fardos en la bodega del sumergible en el que viajaban.

El batiscafo no tenía sistema de evacuación, así que hacían sus necesidades en una bolsa. Se alimentaban con latas en conserva, bollería industrial, barritas energéticas y latas de Red Bull, para mantenerse despiertos. Tenían llagas en la piel, provocadas por los trajes de neopreno impregnados de agua y grasa que llevaban puestos todo el tiempo. Y solo seis estrechas ventanas para mirar al exterior.

Esos tres hombres atravesaron entre octubre y noviembre de 2019 el océano Atlántico, recorrieron más de 3.500 millas náuticas entre Brasil y Europa a bordo de un pequeño y precario submarino artesanal fabricado con fibra de vidrio. Un cacharro que no disponía de grandes dispositivos electrónicos para la navegación. Tan solo estaba equipado con teléfonos satelitales convencionales, una brújula acoplada al salpicadero y un compás.

En ese sumergible soportaron temporales terribles, olas pavorosas, averías de todo tipo y a punto estuvieron en una ocasión de ser arrollados por un barco. Varias veces pensaron que iban a morir.

Una operación policial bautizada “Marea Negra”, que pasará a la historia por haber apresado el primer narcosubmarino que llegaba a Europa desde América Latina, desbarató sus planes y concluyó con la detención de esos tres hombres.

La Policía estaba alertada de la llegada a Galicia de un cargamento y Portugal desplegó medios aéreos para avistar un posible barco nodriza, pero nadie contaba que fuese un semisumergible prácticamente indetectable, sobre todo en medio de una tempestad. Mientras, los cuatro acusados de esperar la llegada del millonario alijo hacían la última intentona de recoger con un barco a los tres tripulantes del narcosubmarino, y trasladar en una furgoneta los 152 fardos a un zulo seguro, dejando pruebas incriminatorias en los mensajes de WhatsApp que se intercambiaron y que ha esgrimido el fiscal en el juicio que se ha celebrado esta semana en la Audiencia de Pontevedra.

Se han declarado culpables, aunque ninguno de ellos ha querido colaborar con la justicia por miedo a que la organización de narcotraficantes que envió la droga y aquella a la que iba destinada pudieran tomar represalias contra ellos o sus familias. En breve se espera que salga la sentencia. Cada uno de ellos puede ser condenado a pasar en prisión entre 12 y 13 años de cárcel.

Iago Serantes, considerado el principal responsable del operativo en tierra, ha negado rotundamente su participación a pesar de que en el chat por el que se comunicaba con sus presuntos colaboradores, entre ellos su padre, Enrique Carlos, mantenía hilo directo con el piloto Agustín Álvarez, empleando en varias ocasiones el término “descarga” y llegando a ofrecerle a uno de ellos hasta 20.000 euros si participaba.

Serantes informaba a su progenitor cada vez que contactaba con el narcosubmarino. Ya en aguas gallegas, el piloto le iba dando el parte de la navegación frente a las islas Cíes y de la imposibilidad de alijar la droga por la fuerte marejada: “Ya está, este cargó esta mañana para aguantar”, refriéndose al combustible. “Al final no sé qué pasa, creo que lo hunde. A ver si le saco información”.

Cuando comienzan los problemas para aproximarse a la costa, Iago le comenta a su padre: “Agustín está negro ya, dice que le mienten. Dijo que no le llamemos más ni usemos el móvil. Qué ya está, tiene que esperar. No creo que vaya a pique si no entra agua”. Y añade: “Cuando paguen te hago un giro para que te vayas de viaje”.

En otro momento de las conversaciones expuestas por el fiscal, padre e hijo hablan de un plan para supuestamente quedarse con cinco fardos de cocaína. Iago le dice: “Tengo la ropa de Agustín. La descargan cargando cinco paquetes. Era tu idea desde el principio hasta el final”. Y su padre le contesta: “Ya te digo genial seria… quien roba a un ladrón tiene todo el perdón. Qué suerte, embarrancado en la playa y pillando cinco paquetes… De vicio”.

Pero el jefe de los porteadores restó importancia a los mensajes que interceptó la Policía y sostuvo ante el tribunal que “era su forma de hablar”, que “estaba tratando de ayudar a Agustín porque era mi amigo”, dijo, antes de asegurar que ignoraba para qué le pedía este una embarcación. Según él, lo supo tras tomar un avión para viajar a Mallorca, donde se enteró que estaba involucrado en una operación de narcotráfico por la prensa. “Intuí que estaba metido en un asunto turbio y me marché”. “Nunca imaginé que mi amigo Agustín estuviera en el submarino”, añadió.

Rodrigo Hermida, otro de los acusados, esperaba en su coche la llegaba del narcosubmarino a la playa de O Foxo, en Cangas, siguiendo instrucciones de Iago, que le había enviado la ubicación. Su cometido era dar luces para guiar al piloto hasta el punto convenido, donde iban a hundir el barco y recoger a la tripulación, a la que le entregaría bolsas con ropa y víveres que le había entregado el padre de Iago. Este le dijo entonces a su progenitor que había perdido el contacto con Agustín: “Dejó de contestar. Dijo ‘Estoy aquí cerca. Dile que dé luces”.

Pero Hermida había sido descubierto por la Guardia Civil y abandonó el lugar después de que los agentes le pidieron que se identificara y de que inspeccionaran el maletero donde llevaba tres bolsas idénticas con ropa y bebidas energéticas para los marineros del barco. Una prueba concluyente que precipitó su posterior detención, hasta el punto que llegó a incriminar a su jefe Iago Serantes en su primera declaración policial: “Me ofreció de 15.000 a 20.000 euros por participar en una descarga de droga, pero le contesté que no”, dijo en el juicio.

Otro de los acusados Yago Rego, residente en Leida, el que supuestamente buscó el barco y la furgoneta para coronar la descarga de los fardos, ha contado que se desplazó a Galicia cuando Iago Serantes le comunicó que Agustín, amigo de ambos, “necesitaba ayuda en Vigo”. “No sabía qué tipo de ayuda necesitaba, tenía que llevarle ropa y comida”, dijo.

Al fracasar la descarga, Iago Serantes huye a Mallorca pero antes le manda un último mensaje a su padre en el que, según el fiscal, le informa de que el piloto ha escapado de la Policía y se ha refugiado en una cabaña en Cangas (Pontevedra). “El cuco está en el nido, tranquilo”, le dice. Allí, Agustín Álvarez estuvo tres días escondido sin bebida ni comida hasta que fue detenido.

El considerado piloto del narcosubmarino, aunque él lo ha negado, logró escapar exhausto de la playa donde la Guardia Civil detuvo a los otros dos tripulantes, que también se encontraban al límite de sus fuerzas. Uno de ellos pidió al agente tiempo para recuperarse cuando le detuvo.

“Operación Marea Negra”

“Operación Marea Negra”, un libro escrito por el periodista Javier Romero y publicado por Ediciones B, rememora ahora con detalle la increíble travesía de esos hombres que durante 27 días, y conviviendo con la inmundicia, trasladaron a ras de agua más de 3.000 kilos de cocaína en ese narcosubmarino.

El libro, que recoge testimonios de policías, jueces, especialistas y testigos del suceso, traza con detalle la crónica de “Che”, como fue bautizado el sumergible. Un sumergible diseñado para poder navegar con la mayor parte del casco sumergido, desplazándose a ras del agua y haciéndose así invisible entre las olas.

La tradición de los narcosubmarinos arrancó en Colombia en los años 90, de la mano de exmilitares e ingenieros de la antigua URSS. El precursor fue Pablo Escobar, quien nunca ocultó que en su flota marina había dos de esos submarinos.

“Ahora son bastante habituales: cada año se interceptan en Colombia entre 30 y 40”, aseguró Javier Romero. “Y aunque numerosas informaciones policiales de expertos en narcotráfico señalaban desde hacía tiempo que los traficantes de droga estaban utilizando submarinos para cruzar el Atlántico, nunca hasta que se interceptó a “Che” se había conseguido apresar a ninguno”, añade.

“Che” fue construido en un astillero clandestino en el Amazonas. El encargo de pilotarlo recayó en un excampeón de boxeo español y experto marinero llamado Agustín Álvarez. El resto de la tripulación lo componían dos primos ecuatorianos, también marineros: Luis Tomás Benítez Manzaba y Pedro Roberto Delgado Manzaba.

“El precio acordado por los Manzaba era de 5.000 dólares por adelantado para cada uno y, si salía todo bien y la misión finalizaba con éxito, 50.000 dólares más por cabeza. A Agustín Álvarez no se sabe cuánto le iban a pagar, pero fuentes policiales estiman que entre 400.000 y 500.000 dólares”, señala el autor de “Marea Negra”. El Ministerio del Interior español, por su parte, calcula que el precio de la cocaína que trasportaba el narcosubmarino ascendería a 123 millones de euros.

Una vez cargado con 3.068 kilos de cocaína procedente de Colombia, distribuidos en 152 fardos, la noche del 29 de octubre de 2019 los tres tripulantes soltaron amarras y “Che” inició su viaje.

Primero navegaron río abajo por el Amazonas durante 12 horas, abriéndose paso entre la humedad, los mosquitos, los manglares y la exuberante vegetación. No se descarta que alguna embarcación les hiciera de punta de lanza, abriendo paso al narcosubmarino y evitando así que pudiera colisionar con alguno de los miles de troncos de todo grosor que flotan sobre la superficie del Amazonas hasta salir al océano Atlántico.

A pesar de que “Che” no llevaba radar ni sistema automático de identificación ni radiobaliza ni nada que se le pareciera, todo iba bastante bien. Hasta el 5 de noviembre de 2019, octavo día de travesía, cuando llegaron los primeros nubarrones. “El buen tiempo se fue para no volver, los abandonó indefensos a su suerte. La siguiente vez que vieron brillar el sol, sobre cielo azul, fue mientras paseaban en el patio de la prisión gallega de A Lama”, sentencia Romero.

A partir del 7 de noviembre, y hasta que el submarino llegó al punto acordado, tres fuertes temporales se cebaron, uno detrás de otro, contra “Che”, deteriorándolo tanto que a punto estuvo de hundirse y obligando a sus tres tripulantes a vivir una auténtica pesadilla que duró ocho largos días. Sólo el 14 de noviembre el tiempo les dio un respiro.

Pero, al menos, los tres tripulantes del “Che” no habían sido encerrados en el narcosubmarino, como al parecer ocurría antes cuando estos sumergibles cruzaban el Atlántico cargados de droga. “Cerraban la escotilla por fuera con candados, u otro sistema, para que sólo se abriera al llegar al destino. No daban más opción a los tripulantes que terminar el viaje para sobrevivir. Eso o la muerte. Lo hacían por la desconfianza que había antiguamente con los receptores en Galicia, por si robaban mercancía”, ha declarado a las autoridades españolas uno de los tripulantes del “Che”.

Diecisiete días después de zarpar, y tras surcar aguas atlánticas a lo largo de 4.931 kilómetros, “Che” logró finalmente superar la principal meta del viaje: las islas Azores.

Desde ahí, los tres tripulantes pusieron rumbo al norte para llegar a las coordenadas pactadas en las que se haría el desembarco de la droga: 38º 14’47.4″; 14º52’01.1″. “Che” consiguió llegar a ese punto preciso, a 270 millas en línea recta de Lisboa, si bien bastante malogrado. Pero flotando y con su tripulación aún viva. Aunque, para entonces, la humedad y la mala alimentación prolongada ya habían causado mella en la salud de sus tripulantes.

Sin embargo, en la zona marcada en el mapa, en el lugar pactado para desembarcar la cocaína, nadie salió al encuentro de “Che”. Desde hacía algún tiempo, en algún punto de la costa de Portugal había dos lanchas go fast -planeadoras diseñadas y equipadas únicamente para traficar grandes cantidades en el menor tiempo posible- preparadas para recoger la droga. Pero una de ellas sufrió un problema mecánico y no pudo zarpar.

La organización de narcotráfico, según la información recabada por la policía española, dio entonces instrucciones a la tripulación del “Che” para que navegara hacia Galicia, de donde es originario Agustín, el piloto. “En Galicia hay asentado un importante negocio de ‘narcolancheros’ que se dedican a hacer desembarcos de droga”, apunta Javier Romero. A su vez, y visto que había fallado el plan inicial puesto en marcha por los profesionales del narcotráfico, Agustín decidió poner en marcha un Plan B y recurrir a dos amigos de infancia.

Para entonces el Centro de Análisis y Operaciones Marítimas en materia de Narcotráfico (MAOC-N) ya estaba al tanto de que había una embarcación con varias toneladas de cocaína. Medios aéreos y marítimos se lanzaron en su búsqueda, pero no lo encontraron. Buscaban un pesquero, un velero, un buque de carga… Pero no un semisumergible. La investigación en España recuerda que “una patrulla de la Armada de Portugal y medios aéreos estaban sobre las coordenadas en tiempo real y no eran capaces de detectarla”.

Las gestiones realizadas por la organización de narcotraficantes para desembarcar la cocaína no dieron resultado. Aunque mandaron un pequeño buque al sur de la llamada Costa da Morte, en Galicia, para tratar de recoger la mercancía, la Guardia Civil española había conseguido información, y un helicóptero y una embarcación se posicionaron en la zona en la que se iba a hacer el desembarco de la droga. El pequeño buque, al verlo, decidió no llevar a cabo la maniobra. Y el mal estado del mar permitió que el sumergible no fuera detectado.

Desesperados, sin comida ni agua potable, los tripulantes del “Che” decidieron entonces dirigir el narcosubmarino a la más pequeñas de las llamadas Rías Baixas, una zona de la costa gallega. En concreto, a la ría de Aldán, donde el piloto del “Che” pasaba de niño los veranos y que conocía bastante bien. “Con gran pericia, porque se trata de una zona complicada para la navegación, Agustín consiguió meter el submarino en esa ría y lo posicionó frente a una cala con unos 8 metros de profundidad”, explica Javier Moreno.

En la madrugada del 24 de noviembre, la tripulación del “Che” abrió la espita y el agua comenzó a entrar en “Che” hasta hundirlo. Los tres tripulantes saltaron al agua, con la idea de volver a recoger la droga más tarde. Pero no hubo ocasión. Luis Tomás Benítez Manzaba fue detenido en la misma playa. Su primo, Pedro Roberto Delgado Manzaba, cinco horas después en una carretera cercana, con las manos abrasadas de manipular el narcosubmarino. El capitán, Agustín, fue apresado cinco días después en una casa cercana en la que se ocultaba.

“Al comprobar aquella precariedad y ausencia de espacio, resultó asombroso que lograran llegar vivos a España”, en palabras del sargento Basante, el primer policía en pisar el narcosubmarino. “Yo también he estado dentro de “Che” y la sensación de claustrofobia era enorme. Estar allí durante 27 días debió de ser una auténtica tortura psicológica para la tripulación”, sentencia Javier Romero.

Los 152 fardos de cocaína fueron confiscados por las fuerzas de seguridad. Agustín y los primos Manzaba fueron llevados a prisión, y allí permanecen a la espera de que en breve salga su condena. También otras cuatro personas, los amigos con quienes contactó el piloto del narcosubmarino, han sido juzgados y están a la espera de que salga la sentencia.

Pero los dueños de la droga y los miembros de la organización de narcotráfico al que iba dirigida la cocaína siguen sin embargo libres. Y, probablemente, ya estén preparando otro envío.

Con EL País y BBC Mundo