
Por Martin Keulertz | AGBI
8 de julio de 2025. — En junio, todas las miradas estaban puestas en Oriente Medio mientras Irán e Israel intercambiaban ataques con misiles. Por un breve instante, pareció inevitable una guerra más amplia. Pero si bien el conflicto directo se ha calmado, persiste otra crisis menos evidente, una que representa una amenaza existencial aún mayor para la República Islámica.
El país se está quedando sin agua.
En la década de 1970, Irán era uno de los países con mayor riqueza hídrica de Asia occidental y central. El país disfrutaba de más de 4.500 metros cúbicos de agua renovable por persona al año, una cifra similar a la de Suiza y casi el doble que la del Reino Unido.
Hoy, esa cifra ha caído por debajo de los 1.400 metros cúbicos. Para 2050, cuando se prevé que la población alcance los 99 millones, Irán se enfrentará a una escasez absoluta de agua.
La historia hídrica de Irán está plagada de oportunidades perdidas y fallos sistémicos. En 1971, albergó la Convención de Ramsar sobre los Humedales, posicionándose como pionero en la gobernanza ecológica del agua. Pero en el país, los humedales han desaparecido, los ríos se han secado, los lagos se han convertido en polvo y los acuíferos han sido saqueados.
Más de 300.000 pozos ilegales continúan extrayendo agua subterránea para la agricultura, en gran medida sin control.
El enfoque de “máxima extracción” del gobierno, en parte moldeado por años de sanciones económicas y un impulso a la autosuficiencia alimentaria, sólo ha empeorado la situación.
La contaminación del agua ha aumentado drásticamente junto con la disminución de su disponibilidad, y ecosistemas enteros están al borde del abismo.
Ciudades como Isfahán han sido testigos de repetidas protestas masivas por lechos de ríos secos y fallas en el suministro de agua.
En 2018, los enfrentamientos entre manifestantes y la policía causaron al menos 25 muertes. En 2023, dos personas murieron en un enfrentamiento transfronterizo con las fuerzas talibanes por el río Helmand, donde la construcción de represas en Afganistán río arriba ha cortado aún más el suministro al este de Irán. El otrora vibrante lago Hamún, alimentado por este sistema fluvial, es ahora en gran parte un desierto.
Irán también se enfrenta a la aceleración del cambio climático. El país ya ha aumentado su temperatura en 2 °C durante el último siglo, lo que lo convierte en una de las naciones más vulnerables al cambio climático del planeta.
Hoy en día, el 98 % del país sufre sequías durante más de tres meses al año. Y aun así, la situación cambia poco.
¿Punto de ruptura?
Este verano podría ser un punto de inflexión. Tras un invierno excepcionalmente seco (con precipitaciones un 41 % inferiores a la media), los embalses de Teherán han alcanzado niveles críticos. En algunas zonas, el almacenamiento se ha reducido a tan solo el 13 % de su capacidad.
Videos de TikTok ampliamente compartidos revelan lechos de embalses agrietados y estériles de aspecto apocalíptico.
Con cortes de agua que se avecinan para los 8,7 millones de residentes de Teherán y temperaturas que se pronostican que superarán los 40 °C, el riesgo de malestar social está aumentando rápidamente.
Los violentos enfrentamientos entre agricultores y fuerzas de seguridad en el centro de Irán ya se han reanudado. Las tensiones podrían derivar en protestas más amplias a medida que avanza el verano.
Al igual que sus vecinos de Oriente Medio y el Mar de Omán, Irán está construyendo plantas de desalinización (a lo largo del Golfo Pérsico y el Mar de Omán) con una capacidad total que ya supera los 400.000 metros cúbicos por día.
La ambiciosa “Línea de Transferencia de la Esperanza” de Irán tiene como objetivo bombear agua desalinizada hacia el interior de provincias como Fars, Khorasan del Sur y Khorasan Razavi.
El gobierno ha invertido 400 millones de dólares en el programa desde 2016. Sin embargo, la desalinización consume mucha energía y es costosa. No es una estrategia viable a largo plazo.
Se necesita un cambio geopolítico
La estrategia del Estado iraní –exprimir hasta la última gota para el consumo interno, especialmente para la agricultura– tiene motivaciones políticas, pero es insostenible.
La agricultura representa más del 90 por ciento del consumo de agua, pero contribuye con menos del 10 por ciento del PIB.
Irán necesita mejores tuberías y sistemas de riego por goteo para optimizar el uso del agua. También debe desviar el agua de la agricultura hacia sectores de mayor valor, importar más alimentos y reabrir su economía para atraer capital extranjero e innovación.
Ese escenario, por supuesto, requeriría un giro político e ideológico radical.
Pero no actuar puede llevar a algo peor: que Irán se convierta en una de las primeras grandes naciones en quedarse literalmente sin agua.
El reloj avanza
Los líderes iraníes deben tomar una decisión. Reformar la forma en que el país concibe y utiliza el agua, o enfrentarse a una creciente inestabilidad, un colapso ecológico y una fragmentación geopolítica.
Con otro verano abrasador en marcha y tensiones ya altas en toda la región, el agua –no la guerra– puede resultar la mayor amenaza existencial para el régimen.
Martin Keulertz es profesor de gestión ambiental en la Universidad del Oeste de Inglaterra, Bristol.