Las mujeres sin techo y la pobreza oculta en Japón

Kioto, Japón, 29 mar 2022.- El problema de los sintecho se hizo manifiesto en Japón durante la crisis que siguió al estallido de la burbuja económica de la década de los noventa. Al principio el trabajo se desplomó en barrios marginales de jornaleros como Kamagasaki (Nishinari, Osaka), San’ya (Taitō, Tokio) o Kotobukichō (Naka, Yokohama). Muchos jornaleros dejaron de poder pagar el alquiler de sus chabolas, por lo que cada vez eran más los que acababan durmiendo al raso. A medida que la situación se agravaba, los sintecho dejaron de estar solo en los barrios marginales y empezaron a habitar muchas otras zonas de la ciudad.

La profesora Maruyama empezó a interesarse por los sintecho cuando participó en una campaña de comida social en Kamagasaki “por curiosidad” durante su época universitaria: “Visité Kamagasaki por primera vez en 1999, cuando los sintecho eran más numerosos. Se decía que había unos 30.000 en todo el país, concentrados principalmente en Tokio y Osaka”.

Como decidió escribir su tesis de fin de carrera sobre el voluntariado, en verano del tercer curso empezó a frecuentar Kamagasaki para ayudar a preparar y repartir comida: “Kamagasaki me parecía un barrio curioso, caótico y rebosante de actividad. Me lo pasaba en grande entrevistando a los otros voluntarios y decidí cursar estudios de posgrado para dedicarme a la investigación”.

Sin embargo, cuando estaba terminando la tesis, un jornalero empezó a acosarla, persiguiéndola y acechándola. Angustiada por el miedo de que el hombre la atacara, se dio cuenta de que estaba pasando por la misma experiencia que debían de sufrir las vecinas de aquella zona. Aunque a veces alguna acudía al comedor social, en el barrio prácticamente no se veían mujeres, por lo que se propuso hablar directamente con ellas para preguntarles sobre su vida en un lugar donde predominaba la presencia masculina.

La invisibilidad de las mujeres sin techo

La investigación sobre personas sin hogar que venía desarrollándose en sociología y ciencias del bienestar social se basa en los hombres, mientras que las mujeres resultaban “invisibles”. Por eso Maruyama decidió centrarse en los problemas de género en el entorno de los barrios marginales y los sintecho.

Para llevar a cabo sus investigaciones, Maruyama se desplazaba entre Tokio, donde trabajaba en un centro social de San’ya, y Osaka, donde prestaba servicios de asistencia: “Durante el primer año me avergonzaba utilizar a las mujeres sin hogar como herramienta para el estudio y no me atrevía a pedirles que hablaran conmigo para contribuir en mis artículos”. Sin embargo, la primera mujer a la que se lanzó a preguntar le respondió tan de buen grado que poco a poco fue entrevistando a un buen número de mujeres de la zona. También se dedicó a visitar los parques donde los sintecho plantaban sus tiendas de plástico: “En los parques de Tokio que frecuentaba entonces vivían alrededor de 250 personas. Solo unas diez eran mujeres”.

Entabló amistad con cuatro mujeres y compartió tienda durante una semana con una de ellas, Tamako, que tenía una ligera discapacidad cognitiva. Era la mujer más joven del parque (por entonces tenía 36 años) y llevaba un año y medio viviendo sin hogar con su marido: “La tienda medía unos 7 metros cuadrados. Comíamos entre lo que nos daban en el comedor social y la verdura que comprábamos en el supermercado y cocinábamos en un fogón portátil”.

La vida en la calle va de la mano con el riesgo de sufrir vejaciones y ataques. Las mujeres son víctimas de violencia y acoso sexual por parte de los hombres, que son la inmensa mayoría. Para las mujeres sin techo como Tamako, convivir con hombres implicaba desplegar una serie de estrategias para protegerse. Algunas mujeres sin pareja dormían siempre junto a un hombre concreto.

Entre 2002 y 2008 la investigadora habló con un total de 33 mujeres. La edad media era de 59 años. La mayoría habían estado casadas y habían terminado en la calle después de que el marido perdiera el empleo, de quedarse ellas sin trabajo estando sin pareja (solteras, divorciadas o viudas) o de cortar vínculos con la familia tras sufrir violencia doméstica a manos de maridos o hijos. Muchas habían tenido trabajos mal pagados como los de limpiadora a tiempo parcial, chica de alterne o trabajadora de recogida de muebles y electrodomésticos desechados. También las había que habitualmente no dormían en la intemperie, sino que se alojaban en centros para mujeres o en casas de conocidos.

La definición oficial de sintecho es ‘persona que desarrolla su vida cotidiana en parques, ríos, calles, estaciones u otros lugares similares’. En el censo (comprobación visual) que el Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar llevó a cabo en 2003, se identificó a 25.296 personas sin techo, de las que solo un 3 % eran mujeres. No obstante, si ampliáramos el concepto y lo entendiéramos como ‘persona que no tiene casa’, el número de mujeres resultaría más elevado. Maruyama distinguió entre los términos homeless (‘sin hogar’), que incluye a las personas que se alojan temporalmente en centros de bienestar social, y nojukusha (‘sintecho’), que solo se refiere a los que duermen en la calle.

Personas olvidadas en la calle

El número de sintecho fue disminuyendo paulatinamente y en 2012 había caído hasta las 9.576 personas —un 60 % menos que cuando se efectuó el primer censo—, una mejora debida a la penetración de las medidas gubernamentales.

En 2002 se aprobó la Ley de Medidas Especiales para la Independencia de los Sintecho, primera iniciativa de este tipo emprendida por el Gobierno central, orientada a facilitar oportunidades de empleo y formación, alojamiento y otras ayudas a las personas que viven en la calle. Aunque se lanzó como una ley temporal de diez años, su aplicación se extendió cinco años en 2012 y diez más en 2017. En 2015 se puso también en vigor la Ley de Ayuda a la Independencia para Personas Pobres y Necesitadas, que define una serie de medidas para personas con riesgo de caer en la indigencia.

Otro factor que ha contribuido a reducir el número de sintecho ha sido permitir el acceso a la ayuda pública a la subsistencia a personas en edad de trabajar: “Cuando empecé mi estudio, los centros de bienestar social los rechazaban por el mero hecho de no tener un domicilio fijo. Últimamente ha calado bastante la idea de que no debe gestionarse así, por lo que hay más personas que reciben ayudas como la de subsistencia cuando están a punto de quedarse sin hogar o bien acaban en la calle pero logran salir de ella al cabo de poco”.

Por otro lado, aquellos que terminan viviendo en la calle por circunstancias diversas son cada vez de edad más avanzada y se hallan en peores condiciones: “Como ahora no se permite plantar tiendas en los parques o las orillas del río, ha aumentado la proporción de personas que duermen totalmente al raso. Viven mucho peor que cuando podían usar tiendas. Cuando probé a vivir en una tienda durante una semana, era de agradecer contar con un espacio para cocinar con un fogón portátil y guardar las cosas. Los voluntarios nos repartían productos necesarios como los artículos de higiene menstrual. Ahora ya no se puede vivir de aquella manera”.

Destaca el hecho de que una proporción cada vez mayor de las mujeres que no cuentan con un lugar fijo para dormir como una tienda o una chabola hagan noche en las estaciones (Censo de 2016 del Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar). Maruyama apunta que esto es indicativo de que buscan un lugar que les ofrezca algo de seguridad entre los rigores de una vida en constante movimiento: “Hay que hallar un enfoque distinto al adoptado hasta ahora para ayudar a las personas que quedan en la calle”.

La pobreza oculta en el seno del hogar

“El cambio más importante en un poco más de una década que ha pasado desde que terminé mi estudio ha consistido en que, mientras que la población sin techo ha disminuido notablemente en general, la pobreza de las mujeres ha pasado a captar la atención pública. Los hogares formados por una madre y sus hijos, las mujeres jóvenes que se ven empujadas a dedicarse a la industria sexual y la pobreza de las mujeres mayores solas se han convertido en problemas sociales”.

En esta nueva realidad, Maruyama centra sus investigaciones en la pobreza de la mujer dentro del hogar, que no se manifiesta porque el hombre es el cabeza de familia: “Hay un problema que es la otra cara de la moneda de la escasez de mujeres sin techo. Es el de las mujeres que no pueden abandonar el hogar aunque sufran violencia doméstica porque no pueden mantenerse trabajando con contrato irregular, a tiempo parcial o siendo amas de casa. Si se analiza la pobreza al nivel de los hogares, las estadísticas no las consideran como pobres porque tienen los ingresos del marido y viven en la casa familiar. Pero, si abandonaran el hogar, se precipitarían inmediatamente en la miseria”.

“Hay estudios que indican que en Japón las mujeres llevan las riendas de las finanzas en un 70 % de los hogares. Es una cifra mucho mayor que en Europa, pero las investigaciones también revelan que precisamente quien se responsabiliza de gestionar la economía del hogar suele ser quien menos gasta en sí mismo. Necesitamos un índice que refleje en qué medida cada individuo puede acceder libremente a los recursos económicos familiares”.

La falta de conexión con las ayudas adecuadas

El censo de personas sin techo que el Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar llevó a cabo en enero de 2021, en plena pandemia, identificó un total de 3.824 personas en Japón, de las cuales 97 (un 5,2 %) eran mujeres: “Si se incluyera en el recuento a los que pasan la noche en lugares como cibercafés o establecimientos de comida rápida, el porcentaje de mujeres sería mucho mayor. Voluntarios de comedores sociales me han comentado que en los últimos seis meses ha aumentado el número de mujeres que acuden a comer. Las que no tienen pareja corren el riesgo de convertirse en ‘sintecho ocultas’ tan pronto como pierden su empleo”.

Con los contratos irregulares y los despidos, cada vez más mujeres se ven sin empleo durante largos periodos de tiempo. El hecho de que a menudo no les lleguen las ayudas adecuadas supone un problema: “Si analizamos el sistema de la seguridad social separando los seguros y las ayudas sociales, los primeros, que parten de la premisa de que la mujer cuente con cierto nivel de ingresos o que tenga a un marido asalariado, son desventajosos para las mujeres en el contexto actual en que el trabajo irregular y la soltería proliferan cada vez más. Eso hace que deban depender de las ayudas sociales, pero muchas se resisten a cobrar la ayuda para la subsistencia por el estigma que conlleva. Aparte de esta ayuda, las mujeres tienen disponible un abanico más amplio de recursos que los hombres, como los subsidios de protección de la mujer o los de bienestar maternoinfantil. Sin embargo, su gestión depende mucho del criterio de los funcionarios de los Gobiernos locales y los trabajadores sociales, por lo que algunas no llegan a recibir las ayudas adecuadas”.

El sistema en sí también presenta graves defectos. La base legal del sistema destinado a velar por la mujer es la Ley Antiprostitución promulgada en 1956. Aunque el objetivo original de la ley era penalizar y rehabilitar a las mujeres, ahora se interpreta en un sentido más amplio y se usa para amparar a mujeres con problemas de distinta índole, como la marginación o la violencia doméstica. Sin embargo, esta ley ha recibido críticas cada vez más duras por su falta de consideración de los derechos humanos de la mujer y su incapacidad de responder a unas necesidades de asistencia más diversas y complejas, por lo que actualmente un grupo de diputados apartidista trabaja por la aprobación de una nueva ley de ayuda. Maruyama señala que, por más que se elabore esa nueva ley, no será posible canalizar una asistencia integral si no se lleva a cabo una reforma profunda del sistema vigente para coordinar los sectores público y privado, y adaptarlo, conectarlo y mejorarlo con ayudas basadas en otras leyes como la ayuda a la subsistencia o la Ley de Bienestar Infantil: “Creo que el problema de que las mujeres caigan en la pobreza y se queden en la calle va a seguir agravándose. Lo que podemos hacer ahora es empezar por gestionar debidamente la ayuda a la subsistencia. También habrá que plantearse un sistema de subvenciones de alquiler para personas con bajos ingresos”.

“Quiero seguir visibilizando la ‘pobreza oculta’ que se esconde en los hogares de parejas casadas. El sufrimiento que soportan quienes no pueden abandonar su hogar por más que quieran es un problema que va unido a la pobreza que experimentan las mujeres que encabezan hogares monoparentales y las mujeres solteras”, concluye.

Con información de nippon.com