Siloé: el barrio colombiano que resiste, entre la pobreza y la muerte

COLOMBIA, 25 MAY. 2021 — El 3 de mayo de 2021 el horror llegó a Siloé, un barrio popular de Cali, en Colombia. Kevin Anthony Agudelo, de 22 años, participaba en un homenaje pacífico por las víctimas del paro nacional. Un operativo policial irrumpió en la zona y una bala terminó con su vida. Jhonatan, de 16 años, estaba cerca aquel día. Jugaba junto a Kevin en el FC Del Valle en un barrio en el que el deporte es uno de los pocos caminos para salir adelante. Aun así, desde 2009, 15 futbolistas del club han muerto de forma violenta. Un equipo de France 24 recorrió las calles de Siloé, protagonista del estallido social colombiano.

David Gómez viste sombrero y camiseta personalizadas. En tejidos llamativos lleva bordado: “Yo amo Siloé”. Es el vestuario de uno de los líderes sociales del barrio y fundador del Museo de la Memoria.

Nos busca. Es la mañana del 4 de mayo de 2021 y durante la noche han circulado vídeos del barrio por toda Colombia, llegando incluso a la comunidad internacional. En las imágenes reenviadas parece haber ocurrido una guerra, con muertes grabadas en directo. Se habla de decenas de fallecidos.

Pero nada más vernos, David nos dice que han sido tres muertos —finalmente fueron 4— y 19 heridos de bala. Las redes sociales, muy presentes en las protestas en Colombia, sirven como control y denuncia del abuso del poder, pero también han sido utilizadas para difundir información falsa.

Atravesamos la primera línea junto a David. A lo largo de 20 metros se suceden las barricadas, protegidas por jóvenes encapuchados. Separan una estación de policía de una glorieta, la principal entrada al barrio. En ese momento hay una velatón por los muertos del día anterior en Siloé, los cuales, a su vez, perdieron la vida cuando participaban en un homenaje por las víctimas mortales en Colombia durante el paro nacional que vive el país desde el 28 de abril. La ONG Temblores da cuenta de 43 homicidios en los que estarían involucrados uniformados de la Policía y más de 2.900 casos de violencia policial en todo el territorio nacional hasta este 24 de mayo.

Los vecinos encienden velas, extienden una bandera gigante de Colombia ensangrentada, muestran pancartas y gritan de rabia. Todos quieren hablar. Por megafonía David Gómez les insta a dialogar con “la televisión francesa”. Una decena de personas pasan por nuestros micrófonos; están aprovechando la ocasión, dicen no estar acostumbrados a ser escuchados.

Hay dolor. Y resistencia. Lizz, una joven del barrio, grita que está cansada de limpiar la sangre de los suyos. Convencida, reta al Gobierno y les avisa de que no va a dejar de poner el cuerpo frente a los disparos.

Pero entre la rabia, también fluyen las lágrimas. Al acto acude la activista afrodescendiente, Francia Márquez, Premio Goldman —el Premio Nobel del medio ambiente— y candidata a la Presidencia en 2021. Llora por todas las madres que no van a volver a ver a sus hijos.

Un país acostumbrado a madres huérfanas

Uno de los muertos de ese 3 de mayo fue Kevin Anthony Agudelo. Y una de esas madres que se ha quedado huérfana es Ángela Jiménez. Frente a su casa, una semana después, ya hay un mural pintado con el rostro de su hijo, a quien en el barrio conocían como ‘Polaco’: “Como soy tan blanca, me llamaban la ‘Polaca’. Y ese apodo lo heredó mi hijo”, dice.

El día de su muerte Kevin no fue a trabajar por los bloqueos que impedían la movilidad en Cali. Había aprovechado para limpiar el techo del baño. Por la tarde fue al velatón con su novia, Stephany, y sus amigos. A mitad del evento volvió a casa para cambiarse de camisa. Ángela le recordó que tenía frijoles con arroz en la nevera para cuando volviera. Pero horas más tarde lo que recibió fue la llamada de que su hijo estaba en el hospital, donde falleció por un disparo que le atravesó el cuerpo.

Ángela dormía con Kevin en la misma habitación de la casa de sus padres. Lo ha criado sola, en un país en el que el 56 % de las mujeres colombianas son cabeza de familia.

El recuerdo de su hijo se siente presente en toda la casa. La bicicleta, la ropa, el casco de trabajo, los homenajes de amigos… Kevin tenía 22 años. No pudo entrar a la universidad por falta de recursos: “Llevo años sin trabajar porque tuve un cáncer que me dejó al borde de la muerte en dos ocasiones”, cuenta Ángela.

Kevin tuvo que trabajar en un vivero y en la construcción para, finalmente, acceder al Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), donde se ofrece formación técnica a jóvenes. Allí se especializó en electricidad y encontró unas prácticas laborales, que le permitían sostener a su madre y a su abuela de 92 años.

Sin embargo, su gran pasión era el fútbol. Precisamente sus amigos le contaron a Ángela que, antes de morir, Kevin estaba hablando de fútbol. Jugaba con distintos equipos locales, como el FC Del Valle, y participaba en la 3ª división colombiana con el FC Siloé.

Ángela explica que era usual ver a Kevin en las canchas del barrio. Incluso en las de lo alto de la loma, donde aumenta la criminalidad. El fútbol le dio amigos en todo Siloé. “’Mamá, no te preocupes por mis amigos de la loma, si la gente supiese en las condiciones que viven, no hablarían así de ellos’”, comparte su madre, que solía decirle Kevin.

Fútbol para una vida mejor

Muchos jugadores del FC Del Valle presenciaron la velatón del 3 de mayo. Jhonatan Romero, de 16 años, había ido con su madre. La mayoría de vecinos estaban orando y encendiendo velas cuando apareció el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). La gente empezó a correr y a refugiarse donde pudo, mientras escuchaban el retumbar de las balas, en las angostas calles de la comuna.

En su fuga, Jhonatan auxilió a un chico, al que arrastró hasta los paramédicos. En su siguiente escondite vio cómo un disparo fulminaba a un conocido que le estaba protegiendo. La sangre le salpicó y pensó que era suya. Corrió hasta su casa, donde vive con su madre y su hermano de nueve años. Desde entonces apenas duerme por las noches.

10 días después de lo ocurrido Jhonatan nos lleva a la glorieta. Un chico de primera línea, que conoce de los partidos de fútbol, le acompaña para mostrarnos las huellas de las balas en los comercios que rodean la escena. Afloran los recuerdos, aparecen los nervios y nos dice que por momentos cree estar viviendo lo que le ocurrió al chico que murió en sus pies.

Su vía de escape, el fútbol. En estos días le distrae de lo sucedido. Durante el resto del tiempo le obliga a tener un objetivo, con el que pueda superar la realidad del barrio. Durante la pandemia ha aumentado el hambre: “Hay días que nos acostamos sin cenar. Pero mi madre siempre procura que tengamos al menos un pan con chocolate”, cuenta.

Su madre también es cabeza de familia, en un barrio, donde datos oficiales muestran que 1 de cada 5 niños vive en pobreza extrema. Para salir de esas condiciones, Jhonatan se fija en los grandes jugadores de fútbol latinoamericanos que vienen de entornos como el suyo y han encontrado una salida. Sin embargo, hay algo que tiene claro: de triunfar, jamás olvidaría “su barriecito”.

FC Del Valle, un club golpeado por la muerte

Detrás de estas esperanzas está Escenover Valencia. Es el director técnico del FC Del Valle, fundado en 2009, y que ha llegado a tener más de 500 jugadores. Entrena todos los días en una humilde cancha, que suele inundarse por las lluvias. Allí llegan jóvenes de toda la comuna.

Algunos empresarios ayudan con la financiación, pero no siempre es suficiente. Muchos jugadores no pueden pagar la cuota mensual. Sin embargo, todos son aceptados, aunque esto signifique hambre. Después de días en contacto con Escenover, termina reconociendo que lleva unas semanas aguantando hambre.

Para el entrenador sus jugadores son lo primero. Vive enfrente del campo de fútbol y por su casa suelen pasar sus futbolistas. Nos recibe mientras está en plena charla con Jhonatan James y Miguel Ángel Alzate.

Jhonatan James es uno de los primeros jugadores del FC Del Valle. Ahora es un líder que ayuda a Escenover en la formación de los más jóvenes. El resto del tiempo es peluquero. Reconoce que ha estado participando en las protestas: “¿Qué hago con la ayuda de pandemia que me han estado dando de 10 dólares al mes?”, se pregunta.

Por la mañana, Jhonatan James ha acompañado al gimnasio a Miguel Ángel Alzate, que está en proceso de resocialización. Empezó a jugar al fútbol con 14 años, sin embargo esa primera etapa duró tres semanas y dio paso a un viacrucis de drogas, armas y delincuencia. Un camino en el que estuvo cerca de la muerte, cuando una pandilla rival a la suya le encontró en una fila para comprar droga. Le pusieron la pistola en la cabeza, el gatillo falló y pudo escapar con la llegada de la policía.

Miguel Ángel estuvo tres años en un centro correccional. Allí se aferró a la religión, la que considera, junto a la disciplina, “las claves” para salir adelante. En los barrios populares de Cali, como Siloé, las referencias a Dios aparecen en todas las conversaciones, mientras que hay multitud de iglesias de diferente índole. Sin Dios, en el barrio lo único que queda es el diablo.

Tras salir de la cárcel de menores, y, a pesar de alguna recaída, en este momento reconoce que se centra en orar y jugar a fútbol. Escenover quiere que un empresario financie su carrera y pueda mostrar su talento. Para el director técnico, los mejores futbolistas están en barrios como Siloé; para Jhonatan James, la gente no es consciente del talento que hay en los cementerios de las comunas de Colombia.

Desde 2009, 15 jugadores del FC Del Valle han muerto de forma violenta. Pero podrían ser muchos más si se cuentan aquellos que no han participado de forma constante en el club.

A pesar del descenso en los homicidios de los últimos años, en Cali fueron asesinadas 26.687 personas entre el 2001 y 2015. En la Comuna 20, de la que forma parte el barrio de Siloé, entre 2001 y 2015 hubo 1.606 asesinatos. Las muertes suelen ser por enfrentamientos entre las alrededor de 20 pandillas que hay en el barrio, pero también por el accionar de la fuerza pública. 

Escenover achaca a la falta de oportunidades y el abandono del Estado la atracción que sienten los jóvenes por el dinero del microtráfico y la falsa ilusión de poder que da un arma. A esto se le suma que en los alrededores de Cali se encuentran algunos de los cultivos más grandes de coca del mundo; mientras que la historia reciente de la ciudad, dominada por cárteles de narcotráfico, provoca que muchos particulares porten armas.

Un problema de narcotráfico que genera que en Siloé existan las conocidas “fronteras invisibles” que imposibilitan que las 100.000 personas que habitan la Comuna 20 puedan desplazarse entre los barrios.

Un pasado de resistencia

Estas fronteras invisibles no existen para David Gómez. Puede caminar desde la glorieta de Siloé, donde nos conocimos el primer día, hasta La Estrella, en lo alto de la loma, y uno de los puntos más conflictivos del barrio, hasta donde nos acerca con el cable, una semana después del primer encuentro. 

A este líder social no le gusta hablar de drogas. Ni de pandillas. Ni de fronteras. Para él, el barrio es mucho más. Está orgulloso del espíritu de lucha que ha caracterizado históricamente a Siloé y considera que, por ese motivo, la Policía ha sido especialmente dura con la comuna durante las protestas.

El barrio de Siloé fue fundado a principios del siglo XX. Los primeros pobladores fueron indígenas yanaconas que trabajaron en las minas de la ladera. El barrio cuenta con una gran diversidad: a la población minera se le sumaron los desplazados del conflicto armado, entre los que también destacaron las poblaciones afrodescendientes. Las casas se fueron construyendo por invasión, de hecho, el 80 % de la urbanización del barrio se hizo en procesos clandestinos.

Siloé significa ‘enviado’ en hebreo. David dice que es el significado contrario a la vida en el barrio: “Lo que debería hacer el Estado es enviar tropas de ayuda social para cambiar la dura realidad de los jóvenes”.

En los años 70 y 80, el M-19 —guerrilla urbana que quería un vuelco a la realidad de los barrios más pobres— controló Siloé. Entre sus acciones, los guerrilleros asaltaban camiones de leche para luego repartirlas entre sus habitantes.

En las diferentes ocasiones que nos encontramos, David recuerda el 1 de diciembre de 1985. La operación ‘Cali, Navidad limpia’, que terminó con un operativo militar que buscaba recuperar el control del barrio. Ese día murieron 15 civiles. La diferencia con el paro nacional, para David, es que los guerrilleros tenían fusiles, mientras que los manifestantes, piedras.

Antes del fatídico 3 de mayo, Siloé no era uno de los principales focos de protesta en Cali. El operativo en el que murió Kevin Agudelo exacerbó los ánimos y se creó, como en el resto de la ciudad, la primera línea, que bloquea accesos a la ciudad e impide el acceso de la policía. En estos focos de protesta el desempleo había ascendido a más de un 20 % tras la pandemia. 

Manifestantes, líderes de pandillas, vecinos… Todos saludan a David Gómez. Valoran su compromiso para librar a Siloé del estigma. David hace tours gratuitos a extranjeros y reconoce que suele tener enfrentamientos con los estadounidenses, acostumbrados a dar propina.

Entre sus iniciativas está el Museo de la Memoria, ubicado en la parte superior de su casa. Tiene ropa, disfraces, cámaras… Todo tipo de recuerdos de 58 años de vida en el barrio. También tiene uniformes guerrilleros de las FARC y el M-19. En su interior está escrita la historia y realidad de Siloé.

David es una persona íntegra. Lo demuestra cuando nos enseña un marco, que contiene cucarachas disecadas y fotos del museo de arte moderno de Cali. Allí le convencieron para llevar su exposición. Sin embargo, las cucarachas no aparecieron en el traslado. Asegura, por lo tanto, que ellas tienen más dignidad que él, que llevó la exposición a un museo burgués.

El museo es de la memoria. Pero también del presente. David ya cuenta con una parte expositora para el paro nacional. Hay piedras, bombas lacrimógenas y nos dice que faltan las balas, que ha prestado a familiares de víctimas para que puedan usarlas como pruebas judiciales. También hay un espacio dedicado a Kevin.

Lejos del estigma, David se enorgullece de los jóvenes del barrio, que luchan en la primera línea. Se ríe cuando reconoce que no le hacen caso, pero sueña, con los ojos vidriosos, de que las piedras que lanzan sean las que edifiquen un Siloé donde las oportunidades reemplacen al miedo. 

France24