Familias enteras destruidas por el coronavirus en la India

LUCKNOW, India (AP) — Hace dos meses, Radha Gobindo Pramanik y su esposa hicieron una fiesta para celebrar el embarazo de su hija y la llegada de un nieto. Estaban tan contentos que no prestaron atención a la tos que tenía la esposa.

El descuido puede haberles costado caro. A los pocos días, la esposa, la hija y el nieto que todavía no había nacido estaban muertos. Se sumaron a la larga lista de personas fallecidas por el coronavirus en abril y mayo en la India.

“Toda la gente que quería me dejó”, declaró el hombre, de 71 años, una noche reciente, mientras un sacerdote hindú cantaba mantras y realizaba rituales para los muertos en su casa en Lucknow, al norte del país. “Quedé solo en el mundo”.

En momentos en que la India parece estar frenando un poco los contagios del virus, familias de toda la nación lloran la pérdida de seres queridos y se preguntan si se hubieran podido evitar las muertes.

Hay señales de que el virus puede seguir causando estragos a pesar de que las infecciones están bajando. Miles de personas continúan muriendo a diario y se cree que el mal se propaga en regiones donde no ha sido detectado todavía, sin acceso a pruebas.

Ruby Srivastava perdió a toda su familia en una semana en abril. Primero a su madre y su padre por el virus. Luego su hermano falleció en un accidente. Y finalmente su abuela, que no soportó tanto dolor.

Ahora la joven de 21 años está sola con su pena y muchas preguntas.

¿Hubieran sido diferentes las cosas si su padre, un empleado estatal de Lucknow, no era llamado a colaborar en elecciones locales de un estado de más de 200 millones de personas?

Expertos en temas sanitarios habían pedido que no se hiciese la consulta. Muchos de los cientos de miles de empleados del gobierno que debían trabajar en los centros de votación pidieron no hacerlo por temor al virus, pero el Partido Bharatiya Janata que gobierna el estado de Uttar Pradesh insistió en realizar la votación.

Por cuatro días, más de 1,3 millones de candidatos disputaron casi 800.000 cargos públicos. Decenas de millones de personas acudieron a las urnas y propagaron el virus.

En los días siguientes cantidades de personas que trabajaron en los centros de votación fallecieron. Un sindicato de maestros dijo que 1.600 de ellos murieron. Muchos se quejaban de fiebre y de problemas para respirar.

Srivastava se pregunta qué hubiera pasado si sus jefes le creían a su padre y lo autorizaban a quedarse en casa por sentirse mal. El padre se desvaneció en la oficina y fue enviado a su casa.

También la atormenta la idea de que tal vez se pudo haber salvado de haber recibido mejor tratamiento en el hospital público al que lo llevó antes de decidir que combatiese el virus en su casa.

En el pico del brote, los hospitales de la India se vieron abrumados y escaseaban las medicinas y el oxígeno. La gente fallecía camino a los centros médicos, sin poder respirar, y cundía el pánico.

De regreso en su casa, la familia de Srivastava pegó sumas exorbitantes por un tanque de oxígeno para su padre. Estaban tan contentos cuando lo consiguieron que casi no se dieron cuenta de que la madre también estaba tosiendo.

“Nos enfocamos totalmente en nuestro padre”, dijo Srivastava. “No nos dimos cuenta de que ella también estaba mal”.

El estado de su madre se agravó rápidamente y falleció el 22 de abril. Al día siguiente murió su padre.

Después de ser cremados, el hermano menor de Srivastava llevaba las cenizas en su motocicleta para esparcirlas en el río Ganges, siguiendo un ritual tradicional, pero sufrió un accidente y falleció. Tres días después murió la abuela, que no resistió tanto sufrimiento, de un paro cardíaco.

Pramanik también sospecha que las muertes de sus seres queridos se pudieron evitar.

Lo abruma la idea de que pudo haber prestado más atención a la tos de su esposa y a la fiebre que sentía esporádicamente. Y se arrepiente de haber organizado la fiesta por el embarazo de su hija, Navanita. Estaban tan dichosos porque la muchacha finalmente había quedado embarazada, después de nueve años de intentarlo, que se relajaron un poco pensando que estaban a salvo del virus.

Sus amigos les recomendaron que la esposa se hiciese la prueba del COVID-19, pero ella se negó.

Para peor, al día siguiente de la fiesta él y su esposa visitaron a su hija. Madre e hija charlaron toda la noche, haciendo preparativos para cuando naciese el niño en junio.

A las 24 horas Pramanik volvió a sentirse afiebrada, se quejó de que no podía respirar y fue llevada a un hospital. Tres días después falleció.

Destruidos, padre e hija volvieron a Lucknow en tren. Navanita le prometió al padre que ella lo cuidaría.

“Me dijo, ‘no estás solo. Me tienes a mí’”, relató el padre.

Al llegar a su casa, la hija empezó a sentir síntomas.

En los cinco días siguientes el virus se esparció por su cuerpo. Fue hospitalizada, enviada a una unidad de cuidados intensivos y conectada a un respirador.

La noche del 17 de abril, Pramanik y su yerno estaban en el hospital, afuera de la UCI, tratando de consolarse. Lloraron juntos.

A la mañana siguiente los médicos les dijeron que debían encontrar un centro médico mejor equipado para Navanita. Hicieron llamadas desesperadas, pero en todos lados les decían que no tenían camas vacías.

Varias horas después, encontraron un sitio. Pero era demasiado tarde. Navanita falleció en el camino, lo mismo que el hijo que llevaba en su vientre.

Ya pasaron dos meses, y Pramanik sigue acongojado por la culpa. Piensa que su esposa e hija estarían vivas y él sería abuelo de haber manejado las cosas de otra manera.

“Por momentos siento que maté a mi esposa y mi hija”, confiesa. “Esta sensación no me deja dormir de noche”.