Una mirada al agitado y desafiante primer año de Alberto Fernández en la Presidencia de Argentina

Este 10 de diciembre se cumple un año desde que el peronista Alberto Fernández ascendió al poder en Argentina. El abogado, profesor y político porteño tomó el mando de un país azotado por una profunda crisis económica y a las puertas de la pandemia. Aquí, un balance de sus primeros doce meses de gestión.

Al principio había esperanza por el cambio. Un país ansioso por sacarse de encima el lastre del empobrecimiento. Alberto Fernández subió el 10 de diciembre de 2019 al hemiciclo de la Casa Rosada reinstaurando al peronismo como fuerza política y con muchas promesas. “Quiero ser el presidente que escucha, el presidente del diálogo”, dijo al tomar el poder de una Argentina sumida en una profunda crisis económica y con una deuda externa galopante.

La marcha peronista sonaba de fondo mientras el nuevo dirigente porteño juraba el cargo, acompañado por su segunda al mando del Ejecutivo, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. El presidente saliente, Mauricio Macri, se enfrentó al frío saludo de la vicepresidenta, antigua rival política, al hacerle entrega de la banda albiceleste y el bastón de mando al nuevo jefe de Estado.

Recordando a Raúl Alfonsín, primer presidente de la nación después de la dictadura militar, Fernández inició un nuevo periodo político en Argentina. “Con la democracia se come, se cura y se educa”, dijo el peronista, parafraseando a Alfonsín. Los fuegos artificiales en la Plaza de Mayo pusieron fin a la jornada de toma de poder.

La sombra de la deuda pública en tiempos de pandemia

Cuando aterrizó en la Presidencia, Fernández no maquilló lo que pensaba respecto a la situación económica del país: dijo que asumía el mando de una nación en “virtual default” y con el 40% de la población en riesgo de pobreza.

Al segundo día de su proclamación, adelantó que Argentina tenía “la voluntad de pagar, pero no los medios para hacerlo”, en referencia a la deuda externa del país con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con acreedores privados.

Apostó por la fórmula de primero crecer para después poder pagar y por la renegociación de dicha deuda, que se situó como máxima prioridad en la agenda pública. Su plan era pedirle 24 meses de prórroga al FMI para tener un margen que le permitiera relanzar la economía nacional, estancada desde 2010. 

El presidente confió en Martín Guzmán, a quien nombró como Ministro de Economía, para negociar la deuda. Lo repatrió desde la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, donde el joven experto en finanzas estaba aprendiendo del Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Con este objetivo en el horizonte, la popularidad del peronista fue viento en popa durante sus tres primeros meses de mandato.

Hasta que llegó el Covid-19 y lo cambió todo

El Ejecutivo se había propuesto una atrevida estrategia que consistía en negociar primero con los acreedores privados y después hacerlo con el FMI, en contra de la norma no escrita que dice que los países deben hacer lo opuesto. Según el plan, se esperaba llegar a un acuerdo con los acreedores de bonos para marzo, justo cuando explotó la pandemia y el Gobierno cerró la economía.

Las negociaciones se estancaron y la economía estatal se derrumbó, pero Guzmán logró cerrar un trato con los acreedores en agosto que quitaba 37.700 millones dólares de la deuda externa, un logro para el país. Actualmente, Argentina y el FMI están inmersos en negociaciones sobre la ampliación del plazo de pago de la deuda de 44.000 millones de dólares al 2024.

Llegó julio y, en medio del confinamiento, Fernández lanzó una noticia que causó revuelo: la reforma de la ley judicial. Una parte del pueblo argentino, ya descontento con una cuarentena que parecía eterna, arremetió contra el mandatario e insinuó que esta era una estrategia para enterrar las causas judiciales que Cristina Kirchner tenía pendientes. El presidente se defendió alegando que la reforma era para darle “más independencia al poder judicial”, especialmente mal visto por los argentinos, según las encuestas.

Pero no fue hasta noviembre cuando llegó el que fue, seguramente, el golpe sentimental más duro para la nación argentina. El astro del fútbol Diego Maradona murió y el país se vistió de luto para despedirlo. El presidente se sumó y publicó un emotivo mensaje de adiós en redes sociales. Menos de un mes después, le tocó hacer lo mismo con el técnico Alejandro Sabella.

La “grieta”, expresión que se usa para denominar la gran polarización del país, sigue siendo una realidad en Argentina. La nación de tradición bipartidista cuenta con divisiones dentro de los propios movimientos, como pasa con el peronismo, que tiene varias ramas.

Cristina Kirchner, líder del llamado kirchnerismo, jugó la carta electoral de respaldar la candidatura de Fernández, que en ese momento no tenía posibilidades de ser elegido. Esta misma condición ha hecho que las tensiones dentro del propio oficialismo se vayan notando, a través de confrontaciones sutiles entre los dos políticos. “El equilibro en el tándem de la Presidencia empieza a romperse a favor de Fernández de Kirchner dentro del peronismo y eso está socavando la imagen del propio presidente”, aseguró Riorda.

Por su parte, la vicepresidenta hizo público este miércoles su balance del año de gobierno y destacó que su Administración había tenido que enfrentar “dos tragedias”, la pandemia y la “economía arrasada que dejó el macrismo”.

Fernández, de 61 años y padre de un hijo de 24, llega a su primer aniversario en la Presidencia con la reciente aprobación del impuesto a las grandes riquezas, el llamado Aporte Solidario, y con el debate de la propuesta de ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en el Congreso. Quedan por ver cuáles serán las siguientes promesas y desafíos que marcarán sus restantes tres años al mando, que hasta ahora parece marcado por la incertidumbre.

En todo caso, la pandemia de covid-19 irrumpió, afectando todos sus planes y su estrategia. Y probablemente, como él mismo lo ha dicho, el manejo de la pandemia y, ahora, de la campaña de vacunación, será la vara con la que la historia lo medirá. Si en su discurso de posesión afirmó que aspiraba a ser recordado por haber cerrado la “herida del hambre” en Argentina, desde que el virus se apoderó de la agenda apunta a algo muy distinto. Como lo dijo en un acto peronista en octubre: “somos los gobernantes de la pandemia y así nos recordarán”.  (France24)