Escalofriantes historias de niños asesinos

Activistas recogen atroces testimonios de sicarios infantiles

CIUDAD DE MEXICO, 10 OCT – Escalofriantes historias de niños asesinos son recogidas en un libro de reciente publicación en el cual se conocen, por primera vez, testimonios atroces de cómo menores de edad de familias desintegradas se convierten en pistoleros de bandas criminales.

Entrevistados por un grupo de activistas, jóvenes convictos narran su escabrosa trayectoria por los fangosos senderos de la delincuencia, en esta obra titulada “Un sicario en cada hijo te dio”, que parafrasea una línea del Himno Nacional, donde se sustituye la palabra “soldado” por “sicario”.

El texto, de Editorial Aguilar, cuyas autoras son Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas, incorpora seis historias de niños, niñas y adolescentes que cayeron en el precipicio de la delincuencia y las drogas, para finalmente llegar a prisión a edad muy temprana.

Uno de los casos paradigmáticos y desgarradores es el de Damián, cuya madre tuvo 17 hijos de parejas distintas y fue objeto de violencia desde que recuerda en los primeros tiempos de su niñez.

El joven no conoce su edad, pero sí que era golpeado “por cualquier motivo”, con cables, escobas, cinturones, zapatos y también el día en que su madre lo regaló junto con sus hermanos, uno de ellos posteriormente asesinado, a una mujer dedicada a la explotación infantil.

Damián vivía en un basural y comía “lo que encontraba tirado en la calle” hasta que encontró su camino en el crimen, donde se empoderó rápidamente.

A los 9 años se embarcó en el consumo de drogas (de marihuana a cristal y luego a cocaína) y para sostener este hábito se unió a una banda de ladrones de casas y luego a una de “robaniños”.

Posteriormente logró la “cumbre de su carrera” al ingresar a la temible organización de Los Zetas, uno de los más sanguinarios grupos criminales del país, actualmente disuelto.

Rápidamente escaló en esta banca desde halcón o vigilante hasta asesino y luego a jefe de sicarios, siempre a base de matar a “sangre fría”.

Tenía 14 años cuando solía cumplir órdenes de matar a una persona y cuando no lo lograba “mataba a toda la familia”.

Otro testimonio destacado es el de Jesús, originario del estado occidental de Jalisco, que huyó de su casa a los 12 años y se unió a una banda criminal en una zona montañosa.

Ahí recibió adiestramiento con un kaibil, el tristemente célebre grupo paramilitar del Ejército de Guatemala, famoso por sus atrocidades en la guerra civil de los años 80 en ese país.

Una vez concluido su entrenamiento, comenzó a matar y a los 15 ya era jefe de un grupo de sicarios, a cuyas víctimas secuestradas las torturaba cortándoles primero las orejas y los dedos.

“Ya que teníamos lo que queríamos les cortaba la cabeza o les daba un tiro”, refiere Jesús, quien calculó que quitó la vida con sus propias manos a unas 17 personas y ordenó matar a unas 300.

También se incluye el caso de una niña, Blanca, que a los 13 años se enroló con una banda en el Estado de México, vecino a la capital, utilizada como anzuelo para seducir y emborrachar a jóvenes en bares luego secuestrados y eventualmente asesinados.

El objetivo del libro, a decir de las autoras, es “visibilizar” la problemática de violencia que aqueja a niños, niñas y adolescentes en el país y “retratar una realidad” que viven los niños vinculados al crimen organizado.

Niño de Rivera, que dirige la ONG Reinserta, dedicada a la reinserción de delincuentes a la sociedad, a la que pertenecen también las otras autoras, señala que “cada vez menos interés de las autoridades y de la ciudadanía en entender y reconocer que hay un problema” con los niños delincuentes.

El libro recoge “testimonios crudos, reales y dolorosos de lo que implica que un niño forme parte de un grupo delictivo”, señala Saskia, quien afirma que su intención no era hacer “una cosa meramente morbosa”, sino en parte un “análisis psicosocial y criminológico” sobre algunos casos emblemáticos.

Contra lo que pudiera pensarse, los relatos no corresponden a “casos perdidos”, pues “hemos comprobado lo contrario, que si se les dedica el esfuerzo y la atención necesaria, son niños que realmente podemos salvar”, señala Niño de Rivera. (ANSA).