EL SALVADOR. El presidente Bukele contra las maras: por qué es tan peligroso que las mezclen en las cárceles

29 ABR 2020 – Esposados, peloneados, en calzones, uno tras otro sentados en el suelo, despatarrados, casi pecho contra espalda.

Las imágenes han dado la vuelta al mundo. En plena pandemia de covid-19, cientos de pandilleros amontonados por el gobierno de El Salvador: los menos, con una mascarilla quirúrgica.

La antítesis del distanciamiento social.

Alrededor de ellos, armados y con chalecos antibala, agentes antidisturbios de la Policía Nacional Civil y personal de la Dirección General de Centros Penales.

Sus rostros cubiertos con gorros navarone. La situación lo ameritaba: los apelotonados son activos de la Mara Salvatrucha y de la 18, estructuras criminales que son piezas claves para entender por qué El Salvador es un habitual en los ránking de países más homicidas del mundo.

“Estamos ejecutando la acción de mezclar y recluir en las mismas celdas a los diferentes grupos de las estructuras criminales”, tuiteó con un dejo de orgullo Osiris Luna, viceministro de Seguridad y director general del sistema penitenciario.

Mucho más allá del impacto visual, la clave está en el “en las mismas celdas”.

El Salvador lleva años viendo imágenes de pandilleros vejados por el Estado.

Desde hace casi dos décadas, es el lugar común al que el gobierno de turno ha recurrido para aparentar que se está combatiendo con contundencia el fenómeno de las maras, el nombre que reciben las pandillas en El Salvador.

Pero en esta ocasión, a la avalancha de fotografías y videos se sumó el anuncio sorpresivo de que, como castigo por la explosión homicida desatada el viernes 24 de abril, el gobierno mezclará “en las mismas celdas” a activos de distintas pandillas.

Estimaciones oficiales cifran en unos 60.000 los pandilleros activos en un país de apenas 6,8 millones de habitantes.

Tres son las pandillas hegemónicas: la Mara Salvatrucha, el Barrio 18-Sureños y el Barrio 18-Revolucionarios, aunque hay otras de menor arraigo, más el nada despreciable número de pandilleros retirados.

En febrero de 2018, Centros Penales tenía catalogados como pandilleros a 17.400 de las 39.300 personas privadas de libertad. El 44 % de toda la población penitenciaria.

Hoy, tanto la cifra bruta como el porcentaje serán más elevados.

Estas son las principales pandillas.

Mara Salvatrucha o MS-13

Es la pandilla de mayor implantación en El Salvador. Sus orígenes hay que buscarlos en Los Ángeles (Estados Unidos) a finales de la década de los setenta. Los primeros placazos (grafitis) de la MS-13 en El Salvador datan de inicios de los noventa.

Tres décadas después, aquellas primeras semillas deportadas desde California son hoy una estructura criminal que mantiene en jaque a la sociedad salvadoreña.

De hecho, las indagaciones preliminares apuntan a que la Mara Salvatrucha es la única pandilla que está detrás del repunte brutal de la violencia iniciado el 24 de abril.

Un dato eficaz para calibrar el impacto de este grupo en la criminalidad: una de cada cuatro personas detenidas en 2019 por la Policía Nacional Civil fue catalogada como miembro de la MS-13.

Un total de 10.300 emeeses (MS) detenidos en un año, por 4.900 detenciones de integrantes de todas las demás pandillas sumadas.

Esta mara está fuertemente implantada en los 14 departamentos de la república, tanto en áreas urbanas como rurales.

Su tamaño, poderío y estructura es tal que, a inicios de 2017, un grupo de disidentes dio una especie de golpe de Estado interno.

La iniciativa resultó un fracaso y la facción naciente –bautizada MS-503– engloba nomás hoy a unas pocas docenas de exintegrantes de la MS-13.

Un apunte importante adicional: por esos 30 años transcurridos, la MS-13 de El Salvador muy poco tiene que ver ya con la MS-13 de Los Ángeles, ni tampoco con las sucursales homónimas que, con distintas intensidades, operan en Honduras, Guatemala o México.

Es más, incluso dentro de El Salvador, hablar de la MS-13 como una sola entidad homogénea no es muy preciso.

La pandilla está integrada por un crisol de programas y clicas con autonomía operativa y, aunque existe una especie de comandancia general, llamada la ranfla nacional, no siempre todas las clicas y programas reman en la misma dirección.

Ha habido, de hecho, sangrientas disputas internas entre emeeses.

Barrio 18-Sureños

La pandilla salvadoreña Barrio 18 es una hija de la 18th Street Gang, que surgió a mediados del siglo pasado, también en Los Ángeles.

El Barrio 18 o la 18 –pero no Mara 18– tuvo a mediados de la década pasada un conflicto interno que partió la pandilla en dos mitades: la 18-Sureños y la 18 Revolucionarios.

La partición se consumó en 2009, cuando la pandilla pidió a las autoridades penitenciarias que separara en cárceles o sectores distintos a los integrantes de cada facción, dada la imposibilidad de convivencia. Así se hizo.

La 18-Sureños tiene fuerte presencia en los departamentos de Sonsonate, Santa Ana, Cuscatlán, Usulután y en la mitad oriental del área metropolitana de San Salvador, en municipios clave como Soyapango, Ilopango, Tonacatepeque y San Martín.

Son la pandilla que en septiembre de 2009 asesinó al documentalista francoespañol Christian Poveda.

Y en la explosión de violencia homicida actual, son los que se han desmarcado con un comunicado grabado en video que incluso el propio presidente Nayib Bukele publicó en twitter.

Barrio 18-Revolucionarios

La 18-Revolucionarios es la otra facción resultante de la ruptura del Barrio 18. En la práctica, son dos pandillas completamente distintas y enemistadas a muerte.

Su mayor implantación es en los departamentos de La Libertad y La Paz, y en las zonas norte centro y sur del área metropolitana capitalina, en municipios como Mejicanos, Apopa, Ayutuxtepeque, Nejapa y Ciudad Delgado.

También es la pandilla más y mejor implantada en la capital, San Salvador, lo que le da aún mayor proyección.

Son los responsables del atentado más sangriento jamás cometido por una pandilla en El Salvador.

El 20 de junio de 2010, en el municipio Mejicanos, una clica de la 18-Revolucionarios secuestró un microbús lleno de pasajeros, lo roció con gasolina, selló las entradas, prendió fuego y disparó contras quienes trataban de escapar por las ventanas: 17 muertos, la mayoría carbonizados.

Otras pandillas menores y los retirados

Son menores comparadas con las tres hegemónicas, pero cabe mencionarlas.

Las pandillas La Mirada Locos 13 y Mao-Mao suman poco más de 300 miembros activos en las cárceles salvadoreñas, con un puñado de canchas [colonias o cantones controlados, en argot pandilleril] en distintas ciudades.

Numéricamente más relevante es el fenómeno de los retirados, aquellos pandilleros que han abandonado su pandilla (la MS-13 o las 18, en mayor medida) por algún problema interno.

No podrían considerarse aún una pandilla propiamente dicha, pero suman más de 3.000 integrantes en las cárceles. Incluso tienen asignado desde 2004 un centro penal exclusivo para ellos, el ubicado en la ciudad de Sonsonate.

El peligro de juntarlas

Estas son las estructuras a las que pertenecen los pandilleros cuyas imágenes –amontonados, peloneados, en calzones– dieron la vuelta al mundo en medio de la pandemia.

A tenor del anuncio gubernamental, ya están durmiendo “en las mismas celdas”, en uno de los sistemas carcelarios más hacinados del mundo.

Hace 15 años, algo así sería inconcebible entre pandilleros activos. Incluso hace diez, hace cinco o hace uno.

El odio a muerte entre emeeses y dieciocheros es legendario. Ese odio es el que llevó al Estado a la segregación total de los pandilleros y asignar cárceles exclusivas para cada mara.

La iniciativa, celebrada por las pandillas como una victoria contra el sistema, sirvió para contener por años el número de motines y asesinatos en el interior de las prisiones, pero consolidó el poder y la organización interna de estas estructuras criminales.

El gobierno anterior dio en 2016 los primeros pasos para revertirla, pero ha sido durante la administración Bukele cuando se ha acelerado más.

Una a una cada cárcel asignada a pandilleros fue cerrándose en algunos casos (como las de Cojutepeque y Chalatenango), o repoblada con miembros de pandillas rivales, aunque en sectores independientes.

Luego, de a poco, compartieron pabellones y galeras.

Lo novedoso y lo trascendente del anuncio actual es el hecho de que emeeses, dieciocheros y demás pandilleros van a dormir con su enemigo. Literalmente.

Las consecuencias de lo que originará esta apuesta son hoy por hoy impredecibles. (BBC)